miércoles, 10 de febrero de 2010



Tomar su cruz



San Inocencio de Irkutsk








San Inocencio de Irkutsk



San Inocencio de Irkurtsk nació en 1797 en Anginskoye, un pueblo situado en la provincia de Irkutsk (Rusia). Contrajo matrimonio en 1817, recibiendo el orden diaconal ese mismo año y el presbiteral al año siguiente. En 1823 se ofreció como misionero para Alaska, donde desarrolló una impresionante labor que incluyó la traducción a las lenguas nativas del Evangelio según san Mateo y las principales oraciones litúrgicas. Al morir su esposa, en 1838, decidió ingresar a la vida monástica, siéndole concedido poco después el rango de archimandrita. En 1840 fue consagrado obispo de Kamchatka y 27 años después, designado metropolita de Moscú. Murió el 31 de Marzo de 1879.

Ofrezco aquí un extracto de su obra
Ukazaniie puti v Tsarstviie Niebiesnoie (Indicación del camino al Reino de los Cielos), compuesta en 1830 en idioma aleuta. La obra pronto cobró gran popularidad, siendo impresa, por recomendación del Santo Sínodo de la Iglesia Rusa, en eslavo y ruso, conociendo 47 reediciones. El fragmento escogido es una profunda meditación sobre las palabras del Señor: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, TOME SU CRUZ y sígame (Mt. 16, 24).



El traductor





Bajo el nombre “cruz” se comprende los sufrimientos, las amarguras y los disgustos. Hay cruces exteriores y cruces interiores. Tomar su cruz significa aceptar y soportar todo sin murmurar, sea lo que sea que nos suceda en nuestra vida de desagradable, de doloroso, de triste, de difícil y de penoso. Es por eso que si alguien te ofende, se burla de ti, te hace problemas, te causa aflicción, te hiere; si has hecho el bien por alguien y en lugar de agradecerte, se lanza contra ti; si quieres hacer el bien y no lo logras; si eres víctima de alguna desgracia (tu propia enfermedad o o la de tu esposa o tus hijos); si, a pesar de toda tu actividad y tus labores incesantes, estás en necesidad y conoces las privaciones o incluso la pobreza y estás agobiado; si aguantas algunos sinsabores, soporta todo eso sin reaccionar, sin murmurar, sin hacer comentario y sin quejarte. No te consideres como ofendido y no esperes recompensa terrenal. Soporta todo con amor, con alegría y con firmeza.

Tomar su cruz no significa solamente llevar les cruces enviadas por otros o por la Providencia, sino tomar y llevar las propias cruces o, aún más, tomarlas sobre si y llevarlas. El cristiano debe hacer diversas promesas dolorosas para su corazón. Tales promesas deben estar ajustadas a la palabra del Señor y a su voluntad, y no al conocimiento del cristiano. Debe hacerlas y cumplirlas. Puede tratarse de obras útiles a los otros: servir a los enfermos, ayudar activamente a aquellos que tienen necesidad, buscar las ocasiones para colaborar con paciencia y dulzura en la salvación de los hombres, por la acción, con palabras, por concejos y oraciones, etc.

Cuando llevas tu cruz, conforme a la palabra y la intención del Señor, y en ti nace, al mismo tiempo, el orgulloso pensamiento de que no eres un hombre como los otros, sino un hombre firme, piadoso y mejor que tus hermanos y vecinos, haz todo lo posible por arrancar tal pensamiento, ya que puede destruir todas tus virtudes.

Se ha dicho más arriba que las cruces son exteriores e interiores: ahora bien, hasta ahora, no hemos hablado más que de las cruces exteriores. Bienaventurado aquel que sabe llevarlas con inteligencia, porque el Señor no permitirá que perezca, sino le enviará el Espíritu Santo que lo fortalecerá, lo instruirá y lo conducirá más adelante. Sin embargo, para llegar a ser santo y ser semejante a Jesucristo, las cruces exteriores no son suficientes, ya que, sin las cruces interiores, ellas no son más útiles que la oración exterior sin la oración interior. En realidad, no solo los discípulos de Jesucristo llevan las cruces y los sufrimientos exteriores: es el destino de todos los hombres; no existe, en efecto, un solo hombre en el mundo que no sufra o no soporte una cosa o la otra. Es por esta razón que aquel que desea ser un verdadero discípulo de Cristo y quiere seguirlo debe llevar también las cruces interiores.

Se puede siempre encontrar cruces interiores; y se puede encontrarlas más rápidamente que las cruces exteriores. Basta para ello fijarse en sí mismo y examinar el alma con un sentimiento de penitencia. Enseguida, miles de cruces interiores se presentan ante nosotros. Puedes, por ejemplo, reflexionar en la manera de la que has venido al mundo, en la razón por la cual existes en este mundo, y preguntarte si tú vives allí como deberías. Está atento a ello y verás al primer vistazo que, siendo criatura y obra de las manos de Dios Todopoderoso, no existes en el mundo más que para glorificar su Nombre, grande y santo, en todas tus acciones, con toda tu vida y con todo tu ser. Ahora bien, no solamente no lo glorificas, sino encima lo ofendes y lo deshonras por tu vida pecadora. Acuérdate a continuación de lo que te espera del otro lado de tu tumba y cual será tu sitio durante el Juicio temible de Cristo: ¿estarás colocado a la derecha de Cristo o a su izquierda? Si piensas en estas cosas, involuntariamente llegarás a perturbarte y perder la tranquilidad. Ese será el comienzo de las cruces interiores. Si no alejas de ti tales pensamientos y no buscas distraerte en placeres mundanos y vanas diversiones; si cuidas de ti mismo muy atentamente, entonces encontrarás más cruces. El infierno, por ejemplo, del que hasta ahora no tenías quizás ni siquiera el pensamiento, siéndote de otro modo indiferente, se presentará entonces ante ti en todo su horror. El paraíso que el Señor te ha preparado, y en el cual hasta ahora no pensabas mas que de vez en cuando, te aparecerá tal como es: será para ti un sitio de gozos puros y eternos, del que te privas a ti mismo, a causa de tu negligencia y tu locura.

Si, a pesar de la aflicción y los sufrimientos interiores experimentados a causa de tales pensamientos, decides firmemente soportarlos; si no te pones a buscar un consuelo en algo mundano, y rezas con fervor al Señor por tu salvación; si te abandonas enteramente a la voluntad de Dios, el Señor comenzará entonces a mostrarte el estado en el cual está en realidad tu alma, a fin de instalar y mantener el temor de Dios, y una aflicción y pesar sin cesar creciente que te purificarán cada vez más.

Sin la misericordia y la ayuda del Señor, no podemos ver el estado de nuestra alma en toda su desnudez, no podemos sentir en qué peligro se encuentra, ya que el interior de nuestra alma nos es ocultado por nuestro egoísmo, por nuestro conocimiento, por nuestras pasiones, por nuestras preocupaciones domésticas, por las ilusiones del mundo, etc. Si nos parece a veces que vemos el estado de nuestra alma, no vemos en realidad más que el exterior. No podemos ver más que lo que nuestra propia razón y nuestra propia conciencia pueden mostrarnos.

El enemigo de nuestras almas, el diablo, sabiendo cuán saludable nos es examinar y ver el estado de nuestra alma, emplea todas sus malicias y ardides para impedirnos verlo, a fin de que no nos convirtamos y no comencemos a buscar la salvación. Mas, cuando ve que su malicia es impotente y que el hombre, con la ayuda y los dones de Dios, comienza a verse a si mismo, entonces emplea otro método aún más astuto: se esfuerza por mostrar al hombre, bruscamente, el estado de su alma y no más que el lado miserable, para asustar al hombre y arrastrarlo a la desesperación. Si el Señor permitiera al diablo usar sistemáticamente de este último método, pocos entre nosotros resistirían, ya que el estado del alma del pecador y, particularmente, del pecador que no se ha arrepentido, es terrible. Esto no es adecuado más que para el alma de los pecadores, puesto que los santos y los justos, quienes tenían una conducta recta, no encontraban suficientes lágrimas para lamentarse de su alma.

Cuando el Señor se digne revelarte el estado de tu alma, comenzarás a ver claramente y a sentir netamente que, a pesar de todas tus virtudes, tu corazón está corrompido y pervertido, que tu alma está manchada y que el pecado y las pasiones, de las que eres esclavo, te dominan totalmente y no te permiten acercarte a Dios. Comenzarás igualmente a ver que no hay nada verdaderamente bueno en ti y que, si tienes algunas buenas acciones, están mezcladas con el pecado. Ellas no son el fruto de un amor verdadero, sino las hijas de diversas pasiones y circunstancias. Sufrirás entonces inevitablemente. El temor, la aflicción y la amargura se adueñarán de ti. El temor, porque estás expuesto al peligro de perecer, la aflicción y la amargura, porque mucho tiempo has desviado con obstinación tu oído de la dulce voz del Señor que te llama al Reino de los cielos y porque lo has irritado largamente y sin vergüenza por tus transgresiones. A medida que el Señor te revele el estado de tu alma, tus sufrimientos interiores aumentarán. He aquí lo que se denomina “cruces interiores”.

Visto que los hombres no tienen todos las mismas virtudes ni los mismos pecados, las cruces interiores no son las mismas para todos. Para unos, son más pesadas, para otros, menos; para unos, más persistentes, para otros, menos; para unos, sobrevienen de una manera, para otros, de otra. Todo depende del estado del alma de cada uno, del mismo modo que la duración y el método de tratamiento de una enfermedad dependen del estado del enfermo. No es culpa del médico si debe utilizar medios potentes y que exigen tiempo para curar una enfermedad grave y antigua; el enfermo quizás ha agravado y reforzado él mismo su enfermedad. Aquel que quiere estar en buen estado de salud está de acuerdo en soportar todo. Las cruces interiores son para algunos tan pesadas que, a veces, no encuentran consuelo en nada.

Todo esto puede sucederte a ti también, mas, sean cuales sean los sufrimientos que tu alma experimenta, no desesperes ni pienses que el Señor te ha abandonado. ¡No! Él está siempre contigo y te fortalece invisiblemente, incluso cuando te parece que te encuentras al borde de la ruina. ¡No! Él no permite que seas probado más de lo que es útil para ti. No desesperes y no temas, sino aguanta y reza con sumisión y abandono total a la voluntad divina.

Dios es nuestro Padre. Es un Padre lleno de amor por sus hijos. Si permite que el hombre que se abandona a Él caiga en las tentaciones, es únicamente para mostrarle de una manera más comprensible y clara su impotencia, su debilidad y su nulidad, y para enseñarle a nunca confiarse en si mismo. Nadie puede hacer algo bien sin Dios. Si el Señor permite que el hombre sea introducido en el sufrimiento, si Él pone la cruz sobre su espalda, es únicamente para curar, por este medio, su alma, para volverlo semejante a Jesucristo y purificar perfectamente su corazón, en el cual desea habitar Él mismo con su Hijo y su Santo Espíritu.

Cuando estás en medio de la aflicción, haz como si no te fuera pesada. No busques consuelo junto a los hombres, si el Señor no te envía a su elegido. Las personas que no tienen experiencia en las obras espirituales son ya malos consoladores en las penas usuales; mas son consoladores aún más lamentables en las penas y aflicciones según el Señor, porque no tienen conocimiento sobre ello; pueden más fácilmente perjudicarte que consolarte o aliviar tus sufrimientos. El Señor es tu Señor, tu Ayuda, tu Consolador y tu Maestro, no recurras mas que a Él y no busques socorro y consuelo más que en Él solo.

Bienaventurado, cien veces bienaventurado, el hombre al cual el Señor concede llevar las cruces interiores, ya que son un verdadero remedio del alma y un medio fiel y seguro para volverlo semejante a Cristo. Por consiguiente, son una señal particular y manifiesta de la misericordia del Señor y un signo visible de su solicitud por la salvación del hombre. Dicho hombre es bienaventurado igualmente porque se encuentra en una situación que no podemos alcanzar sin la colaboración del favor divino y que no podemos considerar como útil a nuestra salvación sin tal colaboración.

Si soportas tus sufrimientos, sometiéndote a la voluntad del Señor y abandonándote en ella, si no buscas otro consuelo mas que en el Señor, en su bondad, Él no te abandonará y no te dejará sin consuelo. Su favor tocará tu corazón y Él te comunicará los dones del Espíritu Santo. Cuando estés en la aflicción, incluso a veces a partir de que comiences a ser afligido, sentirás en tu corazón una dulzura indecible, una tranquilidad sorprendente y un gozo tales como aún jamás has experimentado. Sentirás igualmente en ti la fuerza y la posibilidad de rezar a Dios verdaderamente, y de creer en Él con una fe auténtica. Tu corazón arderá de un amor sin mancha hacia Dios y hacia el prójimo. Todo esto es un don del Espíritu Santo.

Si el Señor te hace digno de semejante don, no lo consideres en absoluto como una recompensa a tus labores y tus penas, y no pienses que has alcanzado la perfección o la santidad. Semejantes pensamientos son sugestiones del orgullo. El orgullo ha penetrado tanto tu alma, está tan firmemente enraizado que puede aparecer incluso en un hombre que tuviera el don de realizar milagros.

Semejantes consuelos y semejantes contactos con el Espíritu Santo no son una recompensa. Son solamente una manifestación de la misericordia del Señor que te da a probar los bienes que tiene preparados a aquellos que lo aman, con dos objetivos: habiéndolos probado, los buscarás con un celo más grande y un fervor más vivo; por otra parte, eso te fortalecerá y te preparará para soportar nuevas aflicciones y nuevos sufrimientos. Este amor que conocerás no es todavía el estado perfecto que los santos alcanzan en la tierra, no es más que un indicio.


Extracto de L’indication du chemin qui conduit au Royaume des Cieux. Éditions du Désert, 2002. Traducción del francés del Dr. Martín E. Peñalva.

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