lunes, 15 de febrero de 2010



San Isidoro de Sevilla


G. Bareille








San Isidoro de Sevilla
Bartolomé Murillo
Catedral de Sevilla




I. VIDA.

Su niñez.

1. Su familia. Se ignora la fecha exacta y el verdadero lugar de su nacimiento; Las precisiones dadas más tarde por los autores españoles no son más que conjeturas. Sus padres eran católicos de raza hispano-romana. Su padre Severiano debió ocupar un rango distinguido en Cartagena: ¿cual? Sobrio en detalles sobre su familia, san Isidoro, hablando de su hermano en su De viris illustribus, XLI, se limita a esta frase: Leander genitus patre Severiano, carthaginensis provinciæ. ¿Era Severiano duque de Cartagena, como lo han sostenido posteriormente ciertos escritores españoles? Ni san Isidoro, ni ningún testimonio contemporáneo autorizan a afirmarlo; dicho título, en todo caso, no le hasido dado en los oficios de la Iglesia de Toledo. Durante la invasión de Agila, el año 587 de a era española, es decir, en 549, Severiano debió huir de su ciudad de origen, devastada por los godos arrianos, y se refugió en Sevilla. Tuvo cuatro hijos, todos inscriptos en el catálogo de los santos. Los dos primeros, Leandro y Florentina, habían nacido ciertamente en Cartagena, los otros dos, Fulgencio e Isidoro, nacieron probablemente en la capital de Bética, el último hacia el año 560. El padre y la madre, muertos poco después, habían confiado al cuidado de los dos hijos mayores al más joven y amado de sus hijos; es así que Isidoro, convertido en huérfano, fue criado por su hermano Leandro, quien llegó a ser arzobispo de Sevilla, y por su hermana Florentina, que abrazó la vida religiosa.

2. Su educación. Leandro, en efecto, trató siempre en adelante a Isidoro como su hijo, y veló con su hermana por su instrucción y educación. Florentina, habiendo manifestado un día el deseo de volver a ver los lugares de su infancia, Leandro la disuadió de ello, ya que Dios había juzgado bueno retirarla de Sodoma. Malum quod illa experta fuit, le escribió hablándole de su madre, tu prudenter evita; aquel suelo natal, por lo demás, había perdido su libertad, su belleza y su fertilidad. Era mejor, añadió, que permaneciera en su nido y que velara muy particularmente por el más joven de sus hermanos. Regula, XXI, P. L., t. LXXII, col. 892. Isidoro fue confiado, muy niño, a uno de los monasterios de la ciudad o los alrededores, donde realizó fuertes estudios y extrajo conocimientos verdaderamente sorprendentes para la época y el medio de donde vivió. No hay, en efecto, autor sagrado o profano, sobre todo entre los latinos, que no haya leído y sacado partido de sus obras. Pero no estudió únicamente por el vano placer de saber; persiguió un doble objetivo: ser útil a su país para sustraerlo de la barbarie y hacer triunfar la fe católica contra la herejía arriana.

3. Su proselitismo. España estaba casi completamente en poder los godos arrianos, y la dificultad era conducir a estos herejes a la verdadera fe. Hubo una luz de esperanza, cuando el hijo mayor del rey Leovigildo (569-585), Hermenegildo, que se había casado con la hija del rey franco Sigeberto y Brunegilda, pasó al catolicismo. Es verdad que debió luego huir a Sevilla o que fue exiliado en ella. Pero allí, lejos de las amenazas paternales, y muy probablemente bajo la inspiración de Leandro, buscó formar un partido para la conversión de España. Solicitó la colaboración del teniente del emperador de Bizancio y envió a Leandro en misión a Constantinopla; es allí, en efecto, que Leandro se encontró con el futuro Papa san Gregorio el Grande, que le escribía más tarde: Te illuc injuncta pro causis fidei Wisigothorum. Moral. epist., I, P. L., t. LXXV, col. 510. Durante esta misión, Isidoro, entonces mayor en más de veinte años, creyó que era el momento propicio realizar propaganda combatiendo abiertamente el arrianismo. No fue sin horror que en 585 conoció la emboscada tendida a Hermenegildo y el asesinato que fue su consecuencia. Pero sobrevenida casi enseguida la muerte del rey perseguidor, seguida de la llegada al trono de Recadero que, como su hermano, adjuró el arrianismo y acarreó por su ejemplo la conversión en masa de todo el reino godo. Este gran acontecimiento, tan conforme a los deseos de Isidoro, fue celebrado en el III Concilio de Toledo, en 589, donde residió y firmó, como metropolitano de Bética, san Leandro. Isidoro ingresó desde entonces en el claustro, como clérigo o monje, para continuar allí la lectura atenta de los autores y enriquecer cada vez más su colección de extractos.

Su episcopado.

1. Reemplaza a su hermano Leandro en la sede de Sevilla. A la muerte de Leandro, en tiempos del emperador Máximo († 602) y el rey Recaredo († 601), a más tardar en 601, Isidoro fue elegido para reemplazar a su hermano en la sede metropolitana de Bética. Es la fecha consignada por un contemporáneo y amigo de Isidoro, san Braulio, obispo de Zaragosa, en su Prænotatio in libros divi Isidori, P. L., t. LXXXI, col. 15-17. San Ildefonso añade que ocupó esta sede unos cuarenta años, De viris illustribus, IX, P. L., t. LXXXI, col. 28; exactemente hasta el comienzo del reino de Chintilla en 636, como se encargó de precisarlo un discípulo de Isidoro, que ha contado la muerte edificante de su maestro. P. L., t. LXXXI, col. 32. Este largo episcopado fue consagrado por Isidoro a los intereses de sus sede, de su provincia y de España. No fue infructuoso, y no retenemos de él más que los hechos principales.

2. Firma en un sínodo de la provincia de Cartagena. En 610, tuvo lugar en Toledo, en la corte del rey Gundemaro, un sínodo de la provincia cartaginesa, donde fue decidido que el título de metropolitano de dicha provincia no pertenecería más a la sede de Cartagena, sino a la de Toledo, la capital del reino. Aunque extranjero en dicha provincia, Isidoro, entonces huesped del rey, fue invitado a firmar primero este decreto, lo que hizo en estos términos: Ego Isidorus, Hispalensis ecclesiæ provinciæ metropolitanus episcopus, dum in urbem Toletanam, pro occursu regis, advenissem, agnitis his constitutionibus, assensum præbui et subscripi.

3. Convoca él mismo sínodos. En dos ocasiones, en 619 y 625, Isidoró convocó en Sevilla a los obispos de Bética para arreglar ciertos asuntos litigiosos y delicados. En el primero de dichos sínodos, zanjó en primer lugar la discrepancia sobrevenida entre su hermano Fulgencio, obispo de Astigi (Écija), y Honorio, obispo de Córdoba, sobre el tema de la delimitación de sus diócesis; después trató el asunto del obispo eutiquiano Gregorio, de la secta de los acéfalos, que, expulsado de Siria, había encontrado un refugio en España. Para evitar toda suspicacia y toda propaganda de error de su parte, Isidoro exigió de él una abjuración formal de la herejía monofisita y una confesión de fe ortodoxa. En el segundo, depuso al sucesor de Fulgencio, Marciano, y lo reemplazó por Habencio. Cf. Florez, España sagrada, t. X, pág. 106.

4. Preside el IV Concilio internacional de Toledo. A título del más antiguo metropolitano de España, Isidoro tuvo que presidir, en 633, el IV concilio nacional, que ha permanecido como el más célebre de la península, a causa de las decisiones que fueron tomadas allí tanto desde el punto de vista religioso y eclesíastico como civil y político. Fue verdaderamente el alma de él.

a) Desde el punto de vista religioso. El concilio comenzó en primer lugar por promulgar un símbolo; después impuso a toda España, así como a la Galia narbonesa, la uniformidad para el canto del oficio y los ritos de la Misa: Ut unus ordo orandi atque psallendi per omnem Hispaniam atque Galliam conservaretur, unus modus in missarum solemnitate, unus in matutinis vespertinisque officiis, canon 2. Reguló a continuación varios puntos de disciplina y liturgia (7-19). Recordó a los sacerdotes la obligación de la castidad (cánones 21-27), y a los obispos el deber de vigilar a los jueces civiles y denunciar sus abusos (canon 32). Declaró a todos los clérigos exentos de impuestos y cargas (canon 47).

b) En relación a los judíos. La cuestión judía, en 633, no era nueva en España y no habría de recibir pronto una solución definitiva, pero se imponía a la atención del poder civil y eclesiástico en interés de la paz y el bien público. Ya en 589, el III Concilio de Toledo se había ocupado de ello. Había prohibido a los judíos: toda función que les hubiera permitido dictar penas contra los cristianos; toda unión con una mujer cristiana, sea como esposa, sea como concubina, debiendo los hijos nacidos de tal unión ser bautizados; toda compra de esclavos cristianos, teniendo éstos derecho a la liberación gratuita si habían sido objeto de algún ritual judaico; así como medidas sabias que, sin lesionar a los judíos, protegían a los cristianos. Algunos años más tarde, Sisebuto obligó a los judíos a recibir el bautismo; es lo que anota simplemente Isidoro en su Chronicon, CXX, P. L., t. LXXXIII, col. 1056, pero censura con razón en su Historia de regibus Gothorum, LX, ibid., col. 1093, donde dice de Sisebuto: Initio regni judæos in fidem christianam promovens æmulationem, quidem habuit, sed non secundum scientiam, potestate enim compulit quos provocare fidei ratione oportuit. Así, teniéndose él mismo que ocupar de los judíos, mantuvo en primer lugar las decisiones tomadas en el III Concilio de Toledo, pero se encargó de hacer decretar que no se forzara más en adelante a ningún judío a hacerse cristiano. Los judíos permanecían excluidos de los empleos públicos y no podían más poseer esclavos cristianos; si uno de ellos se había casado con una mujer cristiana, era intimado a separarse de ella o a convertirse. Quedaba finiquitar el pasado y tomar medidas para el futuro; porque la mayoría de aquellos que habían sido obligados, bajo Sisebuto, a recibir el bautismo, habían vuelto a caer en el judaísmo; esos debían ser traídos a la fuerza a la verdadera fe; sus hijos, si estaban circuncisos, debían ser sustraídos a su autoridad para ser confiados a comunidades o fieles recomendables, y sus esclavos, si habían sido circuncidados por ellos, debían ser liberados enseguida. En adelante, todo judío bautizado, que llegara a renegar de su bautismo, sería condenado a la pérdida de todo sus bienes en provecho de sus hijos, si estos últimos eran cristianos, cánones 57-66.

c) En relación al Estado. Era este, a decir verdad, uno de los puntos más importantes a tratar, ya que se estaba en vísperas de una revolución: se trataba de poner término a las discordias civiles y asegurar la paz, zanjando el litigio sobrevenido entre Suintila y Sisenando. Sisenando, en efecto, había tomado las armas para destronar al rey reinante, y Suintila, ante la revuelta triunfante, había debido abandonar el poder. Sisenando, interesado en hacerse reconocer, se había mostrado lleno de deferencia respecto al episcopado y no ahorró pormesas. Lejos de ser inquietado por su revuelta y su elección, que tenían todos las características de una usurpación, fue aclamado y solemnemente reconocido como rey legítimo. En cuanto a Suitinla, fue condenado a la degradación y la pérdida de todos sus bienes. El concilio, disponiendo así de los asuntos del estado, amenazó de anatema a quienquiera que atentara contra la vida del nuevo rey, lo depojara del poder o usurpara su trono, y decidió que a la muerte de Sisenando su sucesor sería elegido por todos los grandes de la nación y los obispos, canon 74. Así se afirmaba, en españa, la acción política del clero y la unión estrecha de la Iglesia y el Estado.

d) En relación a la instrucción y educación del clero. Isidoro, que había aprovechado tanto su estancia en las escuelas monásticas y comprendía la importancia capital de la instrucción y educación para el clero, había fundado en Sevilla un colegio para los jóvenes clérigos bajo la dirección de un superior que fue a la vez un magister doctrinæ y un festis vitæ. Allí fue educado san Ildefonso. Se encargó además de hacer decretar que un establecimiento semejante sería instituido en cada diócesis, canon 24. Ver los cánones del IV Concilio de Toledo en Hefele, Histoire des conciles, trad. Leclercq, París, 1909, t. III, págs. 267-276.

Su muerte.

Isidoro no debía sobrevivir más que tres años al IV concilio de Toledo. Ya anciano y “sintiendo acercarse su fin, cuneta su discípulo, P. L., t. LXXXI, col. 30-32, redobló sus limosnas con tal profusión que, durante los últimnos seis meses de su vida, se veía ir a su casa, de todos lados, a una multitud de pobres desde la mañana hasta la noche. Algunos días antes de su muerte rogó a dos obispos, Juan y Eparcio, irlo a ver. Fue con ellos a la iglesia, seguido de una gran parte de su clero y pueblo. Cuando estuvo en medio del coro, uno de los obispos puso sobre él un cilicio, el otro ceniza. Entonces, levantando las manos hacia el cielo, oró y pidió en alta voz perdón por sus pecados. A continuación, recibió de la mano de dichos obispos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, se encomendó a las oraciones de los asistentes, perdonó las obligaciones a sus deudores e hizo distribuir a los pobres todo lo que le quedaba de dinero. De regreso a su aposento, murió en paz el 4 de Abril de 636” Cf. Ceillier, Histoire générale des auteurs sacrés et ecclés., t. XI, p. 711; Leclercq, L’Espagne chrétienne, París, 1906, p. 310.

Su celebridad.

1. La opinión de sus contemporáneos. Muy renombrado durante su vida, Isidoro ha quedado como una de las glorias de España. Ya su amigo, Braulio, tuvo cuidado de insertar su nombre en el De viris illustribus del mismo Isidoro y de redactar allí la lista de sus principales obras. Alaba allí su elocuencia, su ciencia, su caridad; lo considera como el más grande erudito de su época, como el restaurador de los estudios, como el hombre providencialmente suscitado por Dios para salvar los documentos de los antiguos, levantar a España e impedirle caer en la rusticidad. Prænotatio librorum divi Isidori, P. L., t. LXXXI, col. 15-17.

2. Su vasta erudicción. Este elogio entusiasta era merecido en gran parte; porque, sin ser un hombre de genio, Isidoro fue un gran erudito. Conocía una gran parte de las obras de las obras de la antigüedad sagrada y profana, y extrajo de ellas a manos llenas, trancribiendo textualmente, conforme a su múltiples lecturas, todo lo que le parecía digno de ser retenido, acumulando así para sus futuros trabajos extractos preciosos que no tenía más que poner en orden. Fue sobre todo un compilador, como lo muestra la expensión enciclopédica de sus citas.

Habiendo recogido así todo lo que toca a la exégesis, la teología, la moral, la gramática, la liturgia, la historia, a las ciencias cosmológicas, astronómicas y físicas, Isidoró se contentó, cuando tuvo que tratar un tema, con utilizar la colección de sus notas, expresando así, como un eco fiel, menos su propio pensamiento que el de sus predecesores. Y tal fue constantemente su método, así como se cuidó repetidas veces de prevenir lealmente de ello a sus lectores, P. L., t. LXXXII, col. 73; LXXXIII, col. 207, 737, 964; de modo que habría podido escribir al principio de cada una de sus numerosas obras lo que ha puesto en el prefacio de sus Quaestiones in Vetus Testamentum: Lector non nostra leget sed veterum releget, P. L., t. LXXXII, col. 209.

3. Su título de doctor de la Iglesia. Traduciendo el pensamiento de los contemporáneos, el VIII Concilio de Toledo, en 653, habla de Isidoro en estos términos: Doctor egregius, Ecclesiæ catholicæ novissimum decus, præcedentibus ætate postremus, doctrina et comparatione non infimus et, quod majus est, in sæculorum fine doctissimus. Mansi, Concil., t. X, col. 1215. Este mismo título de doctor le da aún el concilio de Toledo de 688. Por eso la Iglesia de Sevilla no vaciló en insertar en el oficio de su santo obispo la antífona: O doctor optime, y en la misa, el Evangelio propio de la fiesta de doctores: Vos estis sal terræ: oficio y misa que recibieron, para España y los países sometidos al rey católico, la aprobación de Gregorio XIII (1572-1585). Finalmente, este título fue reconocido por toda la Iglesia, el 25 de Abril de 1722, por Inocencio XIII. Cf. Benedicto XIV, De beati sanct., l. IV, part. II, c. XI, n. 15. Como sus dos hermanos, Leandro y Fulgencio, y como su hermana Florentina, Isidoro ha sido inscripto en el catálogo de los santos. Su fiesta está fijada el 4 de Abril. Acta sanctorum, aprilis, t. I, págs. 325-361.


II. OBRAS.

Durante su largo episcopado, Isidoro compuso un gran número de obras, de las cuales algunas no han llegado hasta nosotros. Braulio, en efecto, luego de haber señalado 17, añade estas palabras: sunt et alia multa opuscula. Prænotatio, P. L., t. LXXXI, col. 17. Aquellas que quedan son características en cuanto al género y método del santo. Giran sobre las materias más variadas; ya que, así como lo ha observado Arévalo, Isidoriana, parte I, c. I, n. 3, P. L., t. LXXXI, col. 11, no hay tema que Isidoro no haya abordado: nil intentatum reliquit. Dejando de lado lo que ha tratado sobre derecho canónico y liturgia, y que encontrará su lugar en los dccionarios consagrados a estas dos ciencias, nos limitaremos a recorrer sucintamente sus obras, no en su sucesión cronológica, ya que no hay más que cuatro o cinco que se pueden datar aproximadamente, sino en el orden de materias adoptado pr Arévalo, el último y mejor editor de las obras de san Isidoro.

Etymologiæ. Es la más larga y la principal obra de san Isidoro y trabajó en ella largo tiempo sin poder acabarla como hubiera querido. Pero solicitada varios años seguidos por Braulio para que se la enviara completa y en orden, terminó por ceder, hacia el año 630. La despachó a su amigo con una dedicatoria, pero tal como estaba aún, inemendatum, dejándolo al cuidado de enmendarla él mismo. Su título general es Etymologiæ, bajo la cual Isidoro la designa varias veces; pero como es calificada en el prefacio de opus de origine quarumdam rerum, Margarin de la Bigne y du Breul le han dado también el título de Origines. Su división actual en veinte libros, ¿es debida a Isidoro o a Braulio? No se sabría decir, ya que los manuscritos varían tanto por el número como por el orden de los libros.

He aquí el resumen: el I libro trata de la gramática; el II de la retórica y la dialéctica; estos dos libros están desarrollados en las Differentiæ, pero en el mismo espíritu, según el mismo plan y el mismo método; el III, de aritmética, geometría, música y astronomía; el IV, de la medicina; el V, de la leyes y los tiempos: este es un resumen o Chronicon, un compendio de historia universal, en seis épocas, desde los orígenes del mundo hasta el año 627 después de Jesucristo; el VI, de los libros y oficios dal Iglesia: se trata allí del ciclo pascual y está más desarrollado en el De officiis; el VII, de Dios, de los ángeles y las diferentes clases de fieles: es un resumen de teología; el VIII, de la Iglesia y las sectas; el IX, de las lenguas, pueblos, reinos, ejércitos, de la población civil, de los grados de parentesco; el X, de las palabras: es un índice alfabético de las más curiosas; el XI, del hombre y los monstruos; el XII, de los animales, del mundo y sus partes: es una suerte de cosmología general; el XIV, de la tierra y sus partes: es una geografía; el XV, de las piedras y metales; el XVI, del cultivo de los campos y jardines; el XVII, de la guerra y los juegos; el XIX, de las naves, las construcciones y los vestidos; el XX, de los manjares y bebidas, de los utensilios domésticos y los instrumentos de arado.

Hay allí, como se ve, una suerte de enciclopedia. Todo en ella es tratado de una manera uniforme, la etimología de las palabras sirven a la explicación de las cosas. Pero existe la etimología secundum naturam y la etimología secundum propositum. A falta de la primera, Isidoro recurre a la segunda. Ahora bien, algún ingenio se despliega en ello, y existe siempre lugar entonces para lo arbitrario. Por eso, al lado de etimologías pertinentes y a veces muy notables, ¡cuántas se prestan a risa o incluso parecen ridículas! Isidoro, es cierto, no las ha inventado, pero entonces, ¿para qué las transcribe sin tener en cuenta su inverosimilitud, ni incluso su contradicción o su absurdo? Arevalo ha intentado vanamente excusarlo cuando ha escrito: Scriptores collectaneorum magis excusandi sunt, si quædam aliquantutum absurda aut minus credibilia proferand. Propositum enim illis erat, non tam ut vera a falsis discernerent, quam ut aliorum dicta congererent et aliis dijudicanda proponerent. Isidoriana, parte II, c. LXI, n. 10, P. L., t. LXXXI, col. 386. Una elección más juiciosa se imponía. A decir verdad, en una obra de este género, Isidoro no ha sido más dichoso que Platón entre los griegos, Varrón entre los latinos y Filón entre los judíos. Pero aún así, su compilación no fue por ello menos, para toda la Eda Media, una mina de informaciones y un manual al alcance de todos.

. Differentiæ, sive de proprietate sermonum. Isidoro dice aquí haber tenido en vida el tratado correspondiente de Catón, pero ha extraído también de otros. Dividió su trabajo en dos libros. El I, De differentiis verborum, dispuesto por orden alfabético, comprende 610 diferencias, algunas sutiles y muy profundas; por ejemplo: entre aptum y utile; aptum, ad tempus; utiles, ad perpetuum; entre ante y antea; ante locum significat et personam; antea, tantum tempus; entre alterum y alium; alter de duobus dicitur; allius, de multis, etc. El II, De differentiis rerum, en 40 secciones y 170 párrafos, marca la diferencia de las cosas, como por ejemplo, entre Deus y Dominus, Trinitas y Unitas, substantia y essentia, animus y anima, anima y spiritus, etc. Es, de hecho, un auténtico pequeño tratado de teología sobre la Trinidad, el poder y la naturaleza de Cristo, el paraíso, los ángeles, los hombres, el libre albedrío, la caída, la gracia, la ley y el Evangelio, la vida activa y la vida contemplativa, etc.

Allegoriæ. Obra dedicada a Orosio, personaje desconocido, o más bien a Oroncio, que fue metropolitano de Mérida antes de 638, estas Alegorías forman una serie de interpretaciones o explicaciones espirituales, de apenas algunas líneas cada una, sobre nombres, características, y personajes de la Escritura: 129 para el Antiguo Testamento, de Adán a los Macabeos; 121 para el Nuevo Testamento, la mayor parte de éstas relativas a las parábolas y los milagros del Salvador. Hæc, dice Isidoro en su prefacio, P. L., t. LXXXIII, col. 97, non meo conservavi arbitrio, sed tuo commisi corrigenda judicio. Mismo espíritu y mismo método que en las Etymologiæ.

De ortu et habitu Patrum qui in scriptura laudibus efferuntur. Es una serie de muy cortas noticias biográficas sobre 64 personajes del Antiguo Testamento, de Adán a los Macabeos, y 22 del Nuevo Testamento, de Zacarías a Tito. Su atribución a san Isidoro, en su forma actual, no es aceptable, dice Mons. Duchesne, S. Jacques de Galice, págs. 156-157, en los Annales du Midi, 1890, t. XII, págs. 145-179. Es allí que se encuentra, en efecto, De ortu, LXI, P. L., t. LXXXIII, col. 151, el pasaje interpolado que, de Santiago el Mayor, hermano de san Juan, hace Apóstol de España, el autor de la Epístola y la víctima de Herodes el Tetrarca. Ahora bien, Santiago el Mayor no ha escrito la epístola en cuestión y fue ejecutado en Jerusalén por Herodes Agripa I.

In libros Veteris ac Novi Testamenti proæmia. Cortísimas introducciones a varios libros de la Biblia, incluidos Tobías, Judit y los Macabeos, precedidas de una introducción general igualmente corta. Es de observar simplmente que, en la lista de los libros del Nuevo Testamento, los Hechos son colocados al final de la Epístola de san Judas y el Apocalipsis de san Juan, Proæmia, XIII, P. L., t. LXXXIII, col. 160; es, por lo demás, el mismo lugar que Isidoro le asigna en su De officiis ecclesiasticis, I, XI, P. L., t. LXXXIII, col. 746.

Liber numerorum qui in sanctis Scripturis occurunt. Se trata en este pequeño tratado de diversos números que se encuentran en la Escritura, a saber: de 1 a 16, de 18 a 20, después de los números siguientes: 20, 30, 40, 46, 50 y 60. Isidoro da de ellos una explicación mística que conluye haciendo notar, siguiendo a san Agustín, que el número 153 es la suma de las diecisiete primeras cifras. Ahora bien, 153 es el número de peces atrapados en el episodio de la pesca milagrosa.

De Veteri et Novo Testamento quæstiones. De un interés más elevado que el precedente, este opúsculo, aunque mucho más corto (apenas cuatro páginas en Migne), nos proporciona un vistazo, en una sucesión de 41 cuestiones, de la sustancia y la enseñanza de la Escritura. Dic mihi qui est inter Novum et Vetus Testamentum? Vetus est peccatum Adæ, unde dicit Apostolus: Regnavit mors ab Adam usque ad Moysen, etc. Novum est Christus de Virgine natus; unde Propheta dicit: Cantate Domino canticum novum; quia homo novus venit; nova præcepta attulit, etc. Quæstiones, I, P. L., t. LXXXIII, col. 201.

Mysticorum expositiones sacramentorum, seu quæstiones in Vetus Testamentus. En este tratado bastante extenso, Isidoro da una interpretación mística de los principales acontecimientos relatados en los libros de Moisés, Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Esdras y Macabeos: ve en ellos unas tantas figuras del porvenir. Es, según su constante método, una serie de imitaciones, que unas veces abrevia o modifica, y a las cuales aumenta en ocasiones. Veterum ecclesiasticorum sententias congregantes... veluti ex diversis prati flores lectos. . . et pauca de multis breviter perstringentes, pleraque etiam adjicientes vel aliqua ex parte mutantes. Præf., P. L., t. LXXXIII, col. 207. La alegoría está a menudo en ella desarrollada hasta el exceso, al menos con un tono muy moralizante.

De fide catholica ex Veteri et Novo Testamento contra judæos. Este título podría hacer créer en un tratado de apologética o de controversia. Sin duda, en su epístola dedicatoria a su hermana Florentina, Isidoro dice: Ut prophetarum auctoritas fidei gratiam firmet et infidelium judæorum imperitiam probet, lo que parece anunciar una tesis, pero añade: Hæc, sancta soror te petente, ob ædificationem studit tui tibi dicavi, P. L., t. LXXXIII, col. 449; es, en efecto, una exposición serena antes que una obra de polémica. En el primer libro, se trata, texto en mano, de la persona de Jesús, su existencia en el seno del Padre antes de la creación, su encarnación, su pasión, su muerte, su resurrección, su ascensión y retorno futuro para el Juicio, todo terminado por esta observación: Tenent ista omnia libri Hebræorum, legunt cuncta judæi sed non intelligunt. Cont. judæos, I, 62, P. L., t. LXXXIII, col. 498. En el segundo libro, se muestra las consecuencias de la encarnación, a saber: la vocación de los gentiles, la dispersión de los judíos y la cesación del sabbat; luego de lo cual viene simplemente esta exclamación: O infelicium judæorum defienda demential. Cont. judæos, II, 28; ibid., col. 536. Dicha manera de argumentar contra los judíos algún interés ofrece para la época, y está lejos de recordar el célebre Diálogo con Trifón, de san Justino.

10º Sententiarum libri tres. Dicho de otro modo, añade Braulio, De summo bono. He aquí un manual de doctrina y de práctica cristianas, tomadas sobre todo de san Agustín y san Gregorio el Grande. Está dividido en tres libros. En el I libro, se trata de Dios y sus atributos, la creación, el origen del mal, los ángeles, el hombre, el alma y los sentidos, Cristo, el Espíritu Santo, la Iglesia y las herejías, la ley, el símbolo y la oración, el bautismo y la comunión, el martirio, los milagros de los santos, el Anticristo, la resurrección y el juicio, el castigo de los condenados y la recompensa de los justos. En el II libro, de la sabiduría, la fe, la caridad, la esperanza, la gracia, la predestinación, el ejemplo de los santos, la confesión de los pecados y la penitencia, la desesperación de aquellos que Dios abandona, de la recaída, de los vicios y virtudes. En el III, que es de un gran utilidad práctica, se trata de los castigos de Dios y de la paciencia que es necesaria tener para soportarlos, de la tentación y de sus remedios, la oración, la lectura y el estudio, la ciencia sin la gracia, la contemplación, la acción, la vida de los monjes, las autoridades de la Iglesia, los príncipes, los jueces y los juicios, la brevedad de la vida y de la muerte.

11º De ecclesiasticis officiis. Dedicado a Fulgencio († 620), hermano del santo, este tratado de Isidoro contiene informaciones preciosas sobre el estado del culto divino y las funciones eclesiásticas en la Iglesia gótica del siglo séptimo. El primer libro, relativo al culto, pasa en revista los cantos, los cánticos, los salmos, los himnos, las antífonas, las oraciones, los responsorios, los oficios, el aleluia, los ofertorios, el orden y las oraciones de la Misa en la liturgia galicana, cf. Duchesne, Les origines du culte chrétien, 2º ed., París, 1898, pág. 189 y sigs., el símbolo, las bendiciones, el sacrificio, los oficios de tercia, sexta, nona, vísperas y completas, las vigilias, los maitines, el domingo, el sábado, la Navidad, Epifanía, el Domingo de Ramos, los tres últimos días de Cuaresma, las fiestas de Pascua, Ascensión, Pentecostés, mártires, de dedicación; los ayunos de Cuaresma, de Pentecostés, del séptimo mes, de calendas de Noviembre y Enero, la abstinencia. El segundo libro, relativo, a los miembros del clero y a las diversas categorias de fieles, trata de los clérigos: obispos, arzobispos, sacerdotes, diáconos, subdiáconos, lectores, cantores, exorcistas, acólitos, ostiarios; monjes, penitentes, vírgenes, viudas, personas casadas, catecúmenos, competentes, del símbolo y la regla de fe que preceden a la colación del bautismo, la crismación, la imposición de manos o la confirmación.

12° Synonyma, de lamentatione animæ peccatricis. Estos dos títulos, de los cuales el primero hizo más bien pensar en algún tratado de gramática, y el segundo en los gemidos de un pecador, se justifican igualmente, uno por la forma, el otro por el fondo. En efecto, cada idea es presentada varias veces por medio de expresiones diferentes, pero equivalentes: de allí el título de Synonyma. Pero como se trata de un pobre pecador que gime por su propio estado, el segundo explica la materia del tratado. Es una suerte de soliloquio o, más bien, de un diálogo íntimo entre el hombre y su razón. El hombre, bajo el peso de los males que lo oprimen, llega a desear la muerte; pero la razón interviene para realzar su coraje, devolverle la esperanza del perdón, volverlo a llevar al buen camino e impulsarlo a la cumbre de la perfección. Se equivoca, en efecto, al quejarse, ya que las pruebas tienen su utilidad: Dios las permite para nuestra nuestra enmienda, y son el justo castigo por nuestras faltas. Más vale, pues, luchar, convertirse, oponer los buenos hábitos a los malos, perseverar en el temor de morir como un impío e incurrir en los castigos eternos: tal es el objeto del primer libro, al comienzo del cual se lee esta sentencia: Melius est bene mori quam male vivere; melius est non esse quam infeliciter esse. Syn., I, 21, P. L., t. LXXXIII, col. 832. En el segundo libro, la razón continúa dando consejos apropiados y detallados para conservar la castidad, resistir a las tentaciones, practicar la oración, la vigilancia, la mortificación, y perseguir la conquista de los bienes celestiales, etc., y concluye: Donum scientiæ acceptum retine, imple opere quod didicisti prædicatione. Syn., II, 100, ibid., col. 868. Y el pecador seguidamente agradece a la razón. Esta obra de dirección moral es, desde el punto de vista de la piedad, la más interesante de san Isidoro.

13° Regula monachorum. Resumen de todo lo se encuentra disperso en las obras de los Padres relativo a la disposición y la distribución de un monasterio, a la elección del abad y la vida de los monjes.

14° Epistolæ. Aparte de las cartas que sirven de prefacio o dedicación a cinco de sus obras, no se han conservado de ellas más que algunas otras: tres a Braulio, obispo de Zaragoza; una a Leudefredo, de Córdoba, referente a los miembros y las funciones del clero en la Iglesia; una a Masona, de Mérida, sobre el reingreso, luego de la penitencia, de los clérigos caídos en pecado; una a Eladio, sobre la caída del obispo de Córdoba; una al duque Claudio, sobre sus victorias; una al archidiácono Redempto, sobre ciertos puntos de la liturgia; otra, finalmente, a Eugenio, sobre la eminente dignidad de los obispos, como sucesores de los Apóstoles, y más particularmente del Pontífice romano, cabeza de la Iglesia.

15° De ordine creaturarum. Este opúsculo, aceptado como auténtico por Arévalo, trata, en primer lugar, de la Trinidad, después de la criaturas espirituales, es decir, de los ángeles distribuidos en nueve coros, del diablo y los demonios, a continuación de las aguas superiores del firmamento, del sol, de la luna, del espacio superior e inferior, de las aguas y el océano, del paraíso y, finalmente, del hombre después del pecado, de la diversidad de pecadores y del lugar de su pena, del fuego del purgatorio y de la vida futura.

16º De natura rerum. Dedicado al rey Sisebuto, luego de haber sido compuesto a pedido suyo, este pequeño trabajo resume todo lo que los antiguos han escrito sobre el día, la noche, la semana, los meses, el año, las estaciones, el solsticio y el equinoxio, el mundo y sus partes, el cielo y los siete planetas entonces conocidos, el curso del sol y la luna, los eclipses, las estrellas fugaces y los cometas, el trueno y los relámpagos, el arcoiris, las nubes, la lluvia, la nieve, el granizo, los vientos, los terremotos, etc. Para las diversas fuentes, véase Becker, De natura rerum, Berlín, 1857.

17º Chronicon. Siempre fiel a su método, Isidoro resume en dicha crónica, en 122 párrafos seguidos, las seis edades de la historia del mundo, desde de la creación hasta el año 654 de la era española, es decir, hasta 616, extrayendo sus materiales de los trabajos de Julio el Africano, Eusebio, san Jerónimo y Victor de Tununa, y añadiéndole alguna información sobre la historia de España. Tiene cuidado, por fin, de recordar la victoria de Leovigildo sobre los suevos, el levantamiento de Hermenegildo, pero sin hacer la menor alusión a su muerte violenta; la conversión de Recadero y de todos los godos de España, y la parte que tuvo en este gran acontecimiento su hermano Leandro. Para las fuentes, ver Hertzberg, Ueber die Croniken des Isidorus von Sevilla, en Forschungen zur deutschen Geschichte, 1875, t. XV, p. 289-360.

18° Historia de regibus Gothorum, Wandalorum et Suevorum. Este resumen histórico, todo en honor de españa, de la cual celebra la riqueza, la fecundidad y la gloria, es de un valor inapreciable y constituye la fuente principal para la historia de los visigodos, desde su origen el quinto año del reino de Suintila, en 621, es decir, durante 256 años; para la historia de los vándalos, desde su entrada en España bajo Gunderico, en 408, hasta la invasión de África y la derrota de Gelimer, en 522; y, finalmente, para la historia de los suevos que, entrados en España al mismo tiempo que los alanos y los vándalos, se mantuvieron allí hasta 585, durante su incorporación al reino de los godos. Cf. Hertzberg, Die Historien und die Chroniken des Isidorus von Sevilla, Gotinga, 1874.

19° De viris illustribus. De una lista de 46 nombres de los que se trata en este tratado, trece pertenecen a autores españoles, que nos proporciona informaciones preciosas sobre varios obispos de España, anteriores al siglo séptimo. Se encuentra en él una sobria nota aobre la muerte de Osio y un merecido de Leandro a propósito de su influencia religiosa y de la parte que tuvo en la conversión de los godos.


III. DOCTRINA.

Observación preliminar.

Sobre la Escritura, el dogma, la disciplina y la liturgia, san Isidoro ha resumido la ciencia de su tiempo; pero es menos su pensamiento el que nos da que el de los demás. Se ha contentado con ser el eco de la tradición, de la que se ha cuidado de recoger y reproducir los testimonios y, desde este punto de vista, su obra es de los más preciada; es la obra de un discípulo muy enterado, de un testigo autorizado, pero no la de un iniciador o la de un maestro. Ateniéndose demasiado exclusivamente a su método de coleccionista y expositor, no ha dado, en alguna obra original e importante, toda la medida de su talento. En estas condiciones, sería dificil hablar de su enseñanza personal; bastará señalar algunos puntos particulares sobre los cuales es bueno recoger su testimonio o a propósito de los cuales ha sido objeto de acusaciones injustificadas.

Sobre la Escritura.

1. El canon. En tres ocasiones, san Isidoro ha dado el catálogo de los libros de la Biblia: Etym., VI, I; In libros Veteris et Novi Testamenti proæmia, prol. 2-13; De officiis ecclesiasticis, I, XI, P. L., t. LXXXIII, col. 150-160; 229; 746. Para el Antiguo Testamento, es la lista del Prologus galeatus. A las tres clases de protocanónicos: libros históricos, proféticos y hagiógrafos, Isidoro añade los deuterocanónicos: Sabiduría, Eclesiástico, Tobías, Judit y los dos libros de los Macabeos, ya que la Iglesia, dice, los tiene por libros divinos. Para el Nuevo Testamento, es el ordo evangelicus o los cuatro evangelios; el ordo apostolicus: las catorce Epístolas de san Pablo, las siete Epístolas católicas ordenadas en el siguiente orden: Pedro, Santiago, Juan y Judas, y por último los Hechos y el Apocalipsis. Este último libro era aún puesto en duda en España, pero Isidoro tuvo cuidado, en el IV Concilio de Toledo, de hacer efectuar este decreto: “La autoridad de varios concilios y los decretos sinodales de los pontífices romanos declaran que el libro del Apocalipsis es de Juan el Evangelista y ordenan recibirlo entre los libros divinos. Pero existe muchas personas que ponen en duda su autoridad y no quieren explicarlo en la Iglesia de Dios. Si en adelante alguien no lo recibe o no lo toma para texto de explicación durante la Misa, de Pascua a Pentecostés, será excomulgado” Canon 17.

2. La inspiración. San Isidoro afirma el hecho de la inspiración divina de todos los autores sagrados, pero sin especificar su naturaleza; se contenta con decir: Auctor earumdem Scripturarum Spiritus Sanctus esse credittur; ipse enim scripsit qui prophetis suis scribenda dictavit. De offic. eccle., I, XII, 13, P. L., t. LXXXIII, col. 750. En cuanto al rol y la parte del escritor sagrado en la redacción de su obra, no habla de ello, no habiendo sido aún dicha cuestión plenamente dilucidada.

3. La interpretación. Isidoro conoce el múltiple significado del texto sagrado; sabe que se lo puede interpretar en sentido literal y sentido espiritual, en sentido propio o metafórico. Scriptura non solum historialiter sed etiam mysterio sensu, id est spiritualiter, sentienda est. De fide cath., II, XX, 1, P. L., t. LXXXIII, col. 528. Scriptura sacra ratione tripartita intellegitur; en primer lugar secundum litteram sine ulla figurali intentione; después secundum figuralem intellegentiam absque aliquo rerum respectu; por último salva historica rerum narratione, mystica ratione. De ord. creat., X, 6-7, P. L., t. LXXXIII, col. 939. Para la inteligencia de los pasajes más oscuros recuerda a continuación a san Agustín, pero sin añadir allí las juiciosas reflexiones del obispo de Hipona en su De doctrina christiana, III, XXX-XXXVIII, 42-56, las siete reglas del donatista Ticonio. Sent., I, IXI, P. L., t. LXXXIII, col. 581-586.

Sobre el dogma.

Dos puntos de la doctrina han parecido reprensibles en san Isidoro: uno es sobre la predestinación, el otro sobre la transustanciación, ¿qué hay de ello?

1. La predestinación. San Isidoro habla en un pasaje de la gemina prædestinatio, sive electorum ad requiem, sive reproborum ad mortem. Sent., II, VI, 1, P. L., t. LXXXIII, col. 606. Hincmar de Reims, en el siglo noveno, ha concluido de ello que el obispo de Sevilla era un sucesor de los galos que había combatido san Agustín en su De prædestinatione sanctorum y su De bono perseverantiæ. Está muy equivocado, porque no hay prueba que el predestinacionismo haya aparecido en España, sea de proveniencia gala, sea de otra parte. El error de los predestinacionistas del siglo IX fue créer que Dios predestina a los pecadores, no solamente a la condenación, sino también al pecado. Ahora bien, san Isidoro distingue con razón una cosa de otra, y niega la predestinación al pecado; porque Dios no quiere el pecado, no hace más que permitirlo; y respecto del endurecimiento o la ceguera del pecador, es necesario ser cuidadoso sobre el rol negativo de Dios. Obdurare dicitur Deus hominem, non ejus faciendo duritiam, sed non auferendo eam, quam sibi ipse nutrivit. Non aliter et obcæcare dicitur quosdam Deus, non ut in eis eamdem ipse cæcitatem eorum ab eis ipse non auferat. Sent. II, V, 13, P. L., t. LXXXIII, col. 605. En cuanto a la predestinación de la pena, Isidora la enseña: Miro modo æquus omnibus Conditor alios prædestinando præeligit, alios in suis moribus pravis justo judicio derelinquit ; quidam enim gratissimæ misericordiæ ejus prævenientis dono salvantur, effecti vasa misericordiæ ; quidam vero reprobi habiti ad pœnam prædestinati damnantur, effecti vasa iræ. Different., II, XXXII, 117-118, P. L., t. LXXXIII, col. 88.

En el sentido propio y riguroso que tendrá en el lenguaje teológico, el término predestinación no se aplica más que a ciertas criaturas razonables que debe poseer la gloria del cielo en común. Es la preciencia, no de los méritos de la criatura, sino de los beneficios de Dios; es el plan eterno de Dios decidiendo en si mismo la obtención del cielo para aquellos que, en efecto, deben un día y por la eternidad, ser admitidos a esta suerte. No se aplica al pecador más que un sentido impropio, ya que la reprobación implica de parte de Dios dos cosas : primero, la permisión de la falta, después la voluntad de castigarla. Dios permite el pecado: ¿por qué? Es un gran misterio, del cual no está permitido pedir cuenta a Dios. Y Dios, muy justamente, castiga el pecado no perdonado y no expiado. Cf. Arévalo, Isidoriana, parte. I, c. XXX, n. 1-14, P. L., t. LXXXI, col. 150-157.

2. La transustanciación. Según Bingham, Origines eccles., l. XV, c. V, sect. 4, Londres, 1710-1719, t. VI, p. 801, san Isidoro habría negado la transustanciación. Si se trata de la palabra, es cierto que san Isidoro no la ha empleado, por la buena razón que no existía aún para expresar la naturaleza del cambio que se opera en el sacrificio de la Misa por la consagración; pero si se trata del sentido expresado, aunque en mayor parte, por el término trasustanción, no se puede sostener que Isidoro no la haya enseñado. Porque, en un pasaje, dice que se llama cuerpo y sangre de Cristo al pan y vino, cuando son santificados y se convierten en sacramento por la invisible operación del Espíritu Santo. Unde hoc, eo jubente corpus Christi et sanguinem dicimus, quod, dum sit ex fructibus terræ, sanctificantur et fit sacramentum operante invisibiliter Spiritu Dei. Etym., VI, XIX. ¿Permanecen el pan y el vino al convertirse en sacramento? En absoluto, porque, en otro pasaje, luego de haber dicho como san Pablo: panis, quem frangimus, corpus Christi est, añade: Hæc autem, dum sunt visibilia, sanctificata per Spiritum Sanctum, in sacramentum divini corporis transeunt. De offic. eccl., I, XVIII. Transeunt, ¿qué significa? Se trata de un cambio, de una transformación, ¿y no es esto el equivalente al término transustanciación? Cf. Arévalo, Isidoriana, parte I, c. XXX, n. 15-24, P. L., t. LXXXI, col. 157-160.

Sobre los sacramentos.

Bingham, Origines eccles., l. XII, c. I, acusa aún a san Isidoro de no haber hecho más que un solo sacramento del bautismo y la confirmación. En efecto, el obispo de Sevilla ha escrito: Sunt autem sacramenta baptismus et chrisma, corpus et sanguis. Etym., VI, XIX. De donde Bingham concluye: al igual que corpus et sanguis no designan más que un solo y mismo sacramento, del mismo modo baptismus et chrisma. Conclusión errónea, porque Isidoro, lejos de confundir el sacramento del bautismo con el de la confirmación, distingue uno de otro: Sicut in baptismo peccatorum remissio datur, ita per unctionem sanctificatio Spiritus adhibetur, y trata en otra parte, De offic. eccles., II, XXV-XXVIII, P. L., t. LXXXIII, col. 822-826, separada y claramente del bautismo, de la chrismatio y de la imposición de manos. Lo que se le puede reprochar a su lenguaje es, a lo sumo, una cierta falta de precisión, muy excusable en una época donde la teoría sacramental no estaba aún rigurosamente fijada. Cf. Arévalo, Isidoriana, parte I, c. XXX, n. 22-25, P. L., t. LXXXI, col. 160-162.

Sobre el origen del alma de los hijos de Adán.

El alma del niño que viene al mundo, ¿ha sido creada desde el origen, o no es creada por Dios más que en el momento de la concepción? O más aún, ¿no sería transmitida de padre a hijo por vía de generación? Una de tantas cuestiones suscitadas entre los Padres griegos y latinos y resueltas en sentidos diversos. San Agustín ha muerto sin haber podido encontrarle una solución que lo satisfaciera. San Isidoro no tiene nada que decir al respecto, recuerda las opiniones antiguas, constatando que la cuestión es de las más difíciles y no ha sido zanjada. Differ., II, XXX, 105; De offic. eccl., II, XXIV, 3; De ord. creat., XV, 10, P. L., t. LXXXIII, col. 85, 818, 952. Sin embargo, se pronuncia por la creación del alma en el momento en que debe animar un cuerpo humano: Animam non esse partem divinæ substantiæ, vel naturæ, nec esse eam priusquam corporis misceatur, constat; sed tunc creari eam quando et corpus creatur, cui admisceri videtur. Sent., I, XII, 4, P. L., t. LXXXIII, col. 562.


I. EDICIONES. Margarin de la Bigne fue el primero en publicar las obras del obispo de Sevilla bajo este título: S. Isidori Hispalensis episcopi opera omnia, París, 1580. Su edición era incompleta y dejaba que desear. Ceca de veinte años después, Drial dio otra edición mucho más cuidada, pero que está aún lejos de ser satisfactoria: Divi Isidori Hispalensis episcopi opera, Madrid, 1599, 2 vol. 1778. El benedictino Jacques du Breuil, aprovechando los trabajos de sus predecesores, mejoró la edición de Margarin de la Bigne y completó la de Grial sin volverla más correcta: S. Isidori Hispalensis episcopi opera omnia, París, 1601, Colonia, 1617. En el siglo dieciocho, Ulloa recogió la edición de Grial y la publicó en Madrid, en 1778, revisada, corregida y aumentada por las notas de Gómez. Pero quedaba por hacer un examen crítico de todas las obras, auténticas o supuestas, de san Isidoro: ésta fue la obra de Arévalo. Este último, gracias a un examen atento y a un conocimiento profundo del tema, pasó revista de los manuscritos y las ediciones y no retuvo como auténtico mlas que las obras cuyo análisis ha sido dado en este artículo, siguiendo el orden de la dignidad de materias y, en cada materia, el género primero, luego las especies; es hasta aquí la mejor de todas las ediciones: S. Isidori Hispalensis episcopi opera omnia, 4 vols., Roma, 1797-1803. Migne la ha reproducido: P. L., t. LXXXI-LXXXIV, añadiéndole la Collectio canonum atribuida a san Isidoro, así como la Liturgia mozarabica secundum regulam beati Isidori, P. L., t. LXXXV-LXXXVI. Desde entonces algunas obras de san Isidoro han sido objeto de nuevas ediciones críticas. La parte histórica, bajo este título: Isidori junioris Hispalensis historia Gothorum, Wandalorum, Sueborum ad annum 624, ha sido insertada en Monumenta Germaniæ historica. Auctores antiquissimi, Berlín, 1894, t. XI, págs. 304-390. G. Becker ha efectuado una edición crítica de De rerum natura, Berlín, 1857. K. Weinhold ha publicado algunos fragmentos en alemán antiguo del opúsculo contra los judíos: Die altdeutschen Bruckstücke des Tractats des Bischofs Isidorus von Sevilla De fide catholica contra judæos, Paderborn, 1874. G. A. Hench ha publicado un facsímil del codex de París: Der althochdeusche Isidor. Fac-Simile Ausgabe der Pariser Codex, nebst kritischen Texte der Pariser und Monseer Bruchstücke, Estrasburgo, 1893. Queda aún mucho por hacer. W. M. Lindsay, Isidori Hispalensis Etymologiarum seu Originum libri XX, 2 vols., Oxford, 1911; Beer, Isidori Etymologiarum cod. Toletanus phototypice editus, Leiden, 1909.


II. FUENTES. San Braulio, obispo de Zaragoza, contemporáneo y amigo de san Isidoro, Prænotatio librorum divi Isidori, P. L., t. LXXXI, col. 15-17; san Ildefonso, De viris illustribus, IX, ibid., col. 27-28; un relato de la muerte del obispo de Sevilla, ibid., col. 30-32; Acta sanctorum, abril, t. I, págs. 325-361.

III. TRABAJOS. Biografías han sido publicadas por Cayetano, Roma, 1616, por Dumesnil, 1843, por el padre Colombet, 1846. Sobre la vida y las obras de san Isidoro, Noël Alexandre, Historia ecclesiastica, París, 1743, t. X, p. 195, 411-413; Dupin, Nouvelle bibliothèque des auteurs ecclésiastiques, Mons, 1691, t. VI, págs. 1-6; Ceillier, Histoire générale des auteurs sacrés et ecclésiastiques, París, 1858-1868, t. XI, págs. 720-728; N. Antonio, Bibliotheca hispana vetus, Madrid, 1788, págs. 321 y sig.; Florez, España sagrada, Madrid, 1754-1777, t. III, págs. 101-109; t. V, págs. 417-420; t. VI, págs. 441-452, 477-482 ; t. IX, págs. 173, 406-412; Arévalo, Isidoriana, P. L., t. LXXXI; Bourret, L’école chrétienne de Séville sous la monarchie des Wisigoths, París, 1855; Gams, Die Kirchengeschichte von Spanien, Ratisbona, 1862-1874, t. II, sect. II, págs. 102-113; Ebert, Histoire générale de la littérature du moyen âge en Occident, trad. franc., París, 1883, t. I, págs. 621-636; Teuffel, Geschichte der römischen Litteratur, Leipzig, 1870; trad. franc., París, 1883, t. III, págs. 337-345; Dressel, De Isidori Originum fontibus, Turín, 1874; Hertzberg, Ueber die Chroniken des Isidorus von Sevilla, dans les Forschungen zur deutschen Geschichte, 1875, t. XV, págs. 289-360; Menendez y Pelayo, S. Isidore et l’importance de son rôle dans l’histoire intellectuelle de l’Espagne, trad. franc., en los Annales de philosophie chrétienne, 1882, t. VII, págs. 258-269; Manitius, Geschichte der christ.-latein. Poesie, Stuttgart, 1891, págs. 414-420; Klusmann, Excerpta Tertullianea in Isidori Hispa. Etymologiis, Hamburgo, 1892; Dzialowski, Isidor und Ildefons als Litterarhistoriker, Munster, 1899; Bardenhewer, Patrologie, 3º ed., Friburgo de Brisgovia, 1910, págs. 568 y sigs.; Realencyklopädie für protestantische Theologie und Kirche, 3º ed., Leipzig, 1901, t. IX, págs. 447-453; Leclercq, L’Espagne chrétienne, París, 1906, págs. 302-306; Kirchenlexicon, 2e ed., t. VI, págs. 969, 976; Smith et Wace, A dictionary of christian biography, t. III, págs. 305-313; U. Chevalier, Répertoire bio-bibliographie, t. I, págs. 2283-2285; Schwarz, Observationes criticæ in Isidori Hispalensis Origines, Hirschberg, 1895; Schulte, Studien über den Schriftstellerkatalog des h. Isidorus, en Kirchengeschitliche. Abhandlugen de Sdralek, Breslau, 1902, t. VI; Endt, Isidor und Lukasscholien, en Wiener Studien, 1909; Valenti, S. Isidoro, noticia de sua vida y escritos, Valladolid, 1909; Schenk, De Isidori Hispalensis de natura rerum libelli fontibus (diss.), Jena, 1909; C. H. Besson, Isidor Studien, Munich, 1913; J. Tixeront, Précis de patrologie, París, 1918, págs. 492-496.



Artículo del Dictionnaire de théologie catholique de A. Vacant – E. Mangenot, t. VIII, Létouzay et Âné editeurs, París, 1924. Traducción del francés del Dr. Martín E. Peñalva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario