domingo, 7 de febrero de 2010

La Dormición de la Madre de Dios






Vladimir Lossky













La fiesta de la Dormición de la Madre de Dios, conocida en Occidente bajo el nombre de la Asunción, comprende dos momentos distintos mas inseparables para la fe de la Iglesia: la muerte y sepultura de la Madre de Dios; y su resurrección y ascensión. El Oriente ortodoxo ha sabido respetar el carácter misterioso de este acontecimiento que, contrariamente a la resurrección de Cristo, no ha sido objeto de la predicación apostólica. En efecto, se trata de un misterio que no está destinado a los oídos de “los del exterior”, sino que se revela a la conciencia interior de la Iglesia. Para aquellos que están afirmados en la fe en la resurrección y la ascensión del Señor, es evidente que, si el Hijo de Dios había asumido su naturaleza humana en el seno de la Virgen, aquella que ha servido en la Encarnación debía a su vez ser asumida en la gloria de su Hijo resucitado y ascendido al cielo. Resucita, Señor, en tu reposo, tú y el Arca de tu santidad (Sal. 131, 8, que se repite en muchas ocasiones en el oficio de la Dormición). “El sepulcro y la muerte” no han podido retener a “la Madre de la vida” pues su Hijo la ha trasladado a la vida del siglo futuro (kondakio).

La glorificación de la Madre es una consecuencia directa de la humillación voluntaria del Hijo: el Hijo de Dios se encarna de la Virgen María y se hace “Hijo del hombre”, capaz de morir, mientras que María, volviéndose Madre de Dios, recibe la “gloria que conviene a Dios” (Vísperas, tono 1) y participa, la primera entre los seres humanos, de la deificación final de la criatura. “Dios se hizo hombre, para que el hombre sea deificado” (San Ireneo, San Atanasio, San Gregorio de Nacianzo, San Gregorio de Nisa [PG 7, 1120; 25, 192; 37, 465; 45, 65] y otros Padres de la Iglesia). El alcance de la encarnación del Verbo aparece así en el fin de la vida terrestre de María. “La Sabiduría es justificada por sus hijos”: la gloria del siglo venidero, el fin último del hombre, está ya realizado, no solamente en una hypostasis divina encarnada, sino también en una persona humana deificada. Este pasaje de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, de la condición terrenal a la beatitud celestial, establece a la Madre de Dios más allá de la resurrección general y del juicio final, más allá de la parusía que podrá fin a la historia del mundo. La fiesta del 15 de Agosto es una segunda Pascua misteriosa, puesto que la Iglesia celebra en ella, antes del fin de los tiempos, las primicias secretas de su consumación esjatológica. Esto explica la sobriedad de los textos litúrgicos que dejan entrever, en el oficio de la Dormición, la gloria inefable de la Asunción de la Madre de Dios (el oficio de la “sepultura de la Madre de Dios”, el 17 de agosto, de origen muy tardío, es al contrario demasiado explícito: está calcado en los maitines del Sábado santo (“Sepultura de Cristo”).

La fiesta de la Dormición es probablemente de origen jerosolimitano. Sin embargo, al fin del siglo cuarto, Eteria no la conoce aún. Se puede suponer no obstante que esta solemnidad no ha tardado en aparecer, puesto que, al siglo sexto, ya está extendida en todas partes: San Gregorio de Tours es el primer testigo de la fiesta de la Asunción en Occidente (De gloria martyrum, Miracula I, 4 y 9 – PL 71, 708 y 713), donde era celebrada primitivamente en Enero (el misal de Bobbio y el sacramentario galicano indican la fecha del 18 de Enero). Bajo el emperador Mauricio (582-602) la fecha de la fiesta es definitivamente fijada el 15 de Agosto (Nicéforo Calixto, Hist. Eccles., 1, XVII, c. 28 - PG, 147, 292).

Entre los primeros monumentos iconográficos de la Asunción, hay que señalar el sarcófago de Santa Engracia en Zaragoza (comienzos del siglo cuarto) con una escena que es probablemente la de la Asunción (Dom Cabrol, Dict. d’archéol. chrét., I, 2990-94) y un relieve del siglo sexto, en la basílica de Bolnis-Kapanakei, en Georgia, que representa la Ascensión de la Madre de Dios, hecho simétrico al relieve con la Ascensión de Cristo (S. Amiranaschwili, Historia del arte georgiano (en ruso, Moscú, 1950), p. 128 ). El relato apócrifo que circulaba bajo el nombre de San Melitón (siglo segundo), no es anterior al comienzo del siglo quinto (PG, 5, 1231-1240). Abunda en detalles legendarios sobre la muerte, resurrección y ascensión de la Madre de Dios, noticias dudosas que la Iglesia cuidará de desechar. Así, San Modesto de Jerusalén (+ 634), en su “Elogio de la Dormición” (Encomium, PG 86, 3277-3312), es muy sobrio en los detalles que da: señala la presencia de los Apóstoles “llevados desde lejos, por una inspiración de lo alto”, la aparición de Cristo, venido para recibir el alma de su Madre, por último, el retorno a la vida de la Madre de Dios, “a fin de participar corporalmente de la incorrupción eterna de aquel que la ha hecho salir de la tumba y que la ha atraído a él, de la manera que solo él conoce” (Patrologia Orientalis, XIX, 375-438). La homilía de San Juan de Tesalónica (+ hacia 630) así como otras homilías más recientes –de San Andrés de Creta, San Germán de Constantinopla, San Juan Damasceno (PG 97, 1045-1109 ; 98, 340-372 ; 96, 700-761)- son más ricas en detalles que se introducirán lo mismo en la liturgia como en la iconografía de la Dormición de la Madre de Dios.

El tipo clásico de la Dormición en la iconografía ortodoxa se limita, habitualmente, a representar a la Madre de Dios acostada sobre su lecho de muerte, en medio de los Apóstoles, y Cristo en gloria recibiendo en sus brazos el alma de su Madre. Sin embargo, a veces, se ha querido señalar igualmente el momento de la asunción corporal: se ve entonces allí, en lo alto del icono, por encima de la escena de la Dormición, a la Madre de Dios sentada sobre un trono en la mandorla, que los ángeles llevan hacia los cielos.

En nuestro icono, Cristo glorioso rodeado de una mandorla mira el cuerpo de su Madre tendido sobre un lecho adornado. Tiene en su brazo izquierdo una figurilla infantil revestida de blanco y coronada con nimbo: es “el alma enteramente luminosa” (vísperas, stijira de tono 5º) que viene de recoger. Los doce Apóstoles “manteniéndose alrededor del lecho, asisten con pavor” (vísperas, stijira de tono 6º) al tránsito de la Madre de Dios. Se reconoce fácilmente, en primer plano, a San Pedro y San Pablo, a los lados del lecho. En algunos iconos, se representa en lo alto, en el cielo, el momento del arribo milagroso de los Apóstoles, reunidos “desde los confines de la tierra, sobre las nubes” (kondakio, tono 2º). La multitud de ángeles presentes en la Dormición forma a veces un borde exterior alrededor de la mandorla de Cristo. En nuestro icono, las virtudes celestiales que acompañan a Cristo están señaladas por un serafín de 6 alas. Tres obispos nimbados permanecen detrás de los Apóstoles. Son Santiago, “el hermano del Señor”, primer obispo de Jerusalén, y dos discípulos de los Apóstoles: Hieroteo y Dionisio el Areopagita, llegados con San Pablo (kondakio, tono 2º ; ver el pasaje de Los nombres divinos del Pseudo-Dionisio sobre la Dormición: III, 2 PG, 3, 681). En último plano, dos grupos de mujeres representan los fieles de Jerusalén que, con los 633 obispos y los Apóstoles, forman el círculo interior de la Iglesia donde se lleva a cabo el misterio de la Dormición de la Madre de Dios.

El episodio de Atonio, un judío fanático al que le fueron cortadas las dos manos por la espada angélica, por haber osado tocar en el lecho fúnebre a la Madre de Dios, figura en la mayoría de los iconos de la Dormición. La presencia de este detalle apócrifo en la liturgia (tropario de la oda 3º) y la iconografía de la fiesta debe recordar que el fin de la vida terrestre de la Madre de Dios es un misterio íntimo de la Iglesia que no debe ser expuesto a la profanación: inaccesible a las miradas de los del exterior, la gloria de la Dormición de María no puede ser contemplada más que en la luz interior de la Tradición.



Aparecido en Le Messager de l’Exarcat du Patriarcat russe en Europe occidentale, n° 27, Julio-Septiembre, 1957. Traducción del francés del Dr. Martín E. Peñalva.

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