lunes, 8 de febrero de 2010




Actualidad del mensaje de san Serafín



Boris Bobrinskoy







P. Boris Bobrinskoy




Boris Bobrinskoy nació en 1925. Sacerdote de una parroquia ortodoxa de París, es padre de familia y abuelo. Doctor en teología y docente del Instituto San Sergio de Teología Ortodoxa de París. Ha sido por largo tiempo miembro de la comisión “Fe y Constitución” del Consejo Ecuménico de Iglesias. Miembro de la Comisión Francesa para el Diálogo Teológico Católico-Ortodoxo. Director de la radio “La voz de la Ortodoxia”. Es uno de los fundadores de la Fraternidad Ortodoxa en Europa Occidental. Autor de numerosos estudios principalmente sobre la teología de la Trinidad y del Espíritu Santo, teología de la Iglesia y de la liturgia. Es Doctor honoris causa de la universidad de Fribourg.



La actualidad del mensaje espiritual del staretz Serafín consiste precisamente en recordar al mundo post-cristiano, replegado sobre su propia suficiencia, que el misterio de la Iglesia es un misterio de comunicación verdadera entre la vida de Dios, la vida de su santo y nuestra experiencia cotidiana de oración y santificación. Es a este nivel de experiencia y de visión espiritual al que nos lleva el mensaje del santo sobre el misterio del Espíritu Santo.

En el curso de su historia, el hombre ha sido más o menos sensible al soplo del Espíritu. Nuestro siglo parece particularmente marcado, en el seno de todas las confesiones cristianas, por una búsqueda, un descubrimiento y un retorno al sentido del Espíritu Santo. El mensaje sobre el Espíritu de san Serafín viene, pues, a su hora. Serafín es profeta y testigo del Espíritu Santo en la Iglesia para el mundo. Su experiencia del Espíritu no es heterogénea a la experiencia común de la Iglesia del Pentecostés permanente, es decir, a la experiencia de la efusión permanente de los dones de Pentecostés sobre la Iglesia en el hoy de Dios.

No hay otro medio de descubrir la obra del Espíritu si no es en la conversión de los corazones. En la comunidad eclesial como en el corazón humano, es el Espíritu mismo quien reza, invocando en nosotros el nombre bendito de Jesús. La descripción de san Isaac el Sirio se aplica bien a san Serafín, portador del Espíritu: “El Espíritu, cuando reside en un hombre, no lo abandona ya que tal hombre se ha vuelto oración, pues el Espíritu mismo no cesa de rezar en él. Sea que dicho hombre duerma o vele, la oración en adelante no se irá de su alma. Sea que coma, que beba, que duerma, lo que haga y hasta en el sueño profundo, los perfumes y el incienso de la oración se elevan sin cesar desde su corazón. La oración no lo abandona más” (Obras espirituales, DDB, pp. 437-438, versión francesa).

Dicha experiencia de la oración continua del Espíritu en nuestros corazones hace eco en la palabra del apóstol Pablo sobre “el espíritu rogando en nosotros con gemidos inefables” (Rm. 8, 26) La misma enseñanza es dada por san Serafín: “Es necesario, dice, cuando el Señor Dios, el Espíritu Santo y viene a nosotros en la plenitud de su indecible bondad, apartarse también de la oración, suprimir la oración misma. El alma orante habla y profiere palabras. Mas en el descenso del Espíritu Santo, conviene estar absolutamente silencioso, a fin de que el alma pueda oír claramente y comprender las revelaciones de la vida eterna que se digne proporcionarnos” (“Conversaciones con Motovilov”, en Seraphim de Sarov, DDB, pág. 163, versión francesa).

Esta atención fijada en la experiencia y la teología del Espíritu Santo, inherente al monaquismo oriental, emparenta a san Serafín con los tipos espirituales de san Simeón el Nuevo Teólogo (s. XI), de san Tijon de Zadonsk (s. XVIII), profeta de la alegría y la esperanza del Reino de Cristo, y de san Siluán del Monte Athos (+ 1938), cuyos escritos testimonian abundantemente la experiencia vivificante del Espíritu Santo. La tradición ortodoxa vive intensamente la presencia continua y real del Espíritu de Pentecostés en los corazones de los cristianos, transformados y abrasados de alegría día a día en el secreto de su vida interior por la luz, la alegría, la paz y el amor del Espíritu de Dios. Tanto como la Iglesia durará, su Señor suscitará los múltiples dones de curación, exorcismo, profecía, juicio, lenguas, discernimiento de espíritus, y de compasión en el sufrimiento.

“Adquirid un espíritu de paz, decía san Serafín, y miles encontrarán la salvación en torno tuyo”

La brisa ligera y pacificante de Dios no es detectable más que para los hombres espirituales que constituyen, de generación en generación, un ejemplo viviente de comunión, de integridad interior reencontrada, de humanidad regenerada en Cristo. Semejantes a columnas de oración, sostienen el mundo entero y lo preservan del odio destructor de las potencias del mal. ¡Qué relevancia y qué realidad trágica ocupan estas potencias del mal en la visión espiritual del staretz! Porque Satán, que no descubre fácilmente su rostro en nuestro universo cotidiano, ha sido obligado a salir de la sombra por la “venida” de Cristo al seno del corazón humano. Aquellos que, a continuación de Cristo, están metidos en el “combate invisible”, conocen el poder del Príncipe de este mundo y la profundidad de su odio mortal. A un visitante que lo interrogaba sobre los demonios, el santo respondió simplemente: “¡Son repugnantes! Al igual que es imposible a los pecadores soportar la luz de los ángeles, así los espíritus del mal son temibles de ver”. No podemos mas que presentir los abismos infernales de tinieblas y frío en los cuales los santos son llamados a descender, sometiéndose al descenso a los infiernos de su Maestro divino.

Tal reconocimiento del mal y de su imperio contrasta con la imagen tradicional del santo radiante de dulzura, nimbado de la alegría y de luz pascuales. Sin embargo, tanto el combate espiritual como el resplandor carismático de san Serafín lo sitúa en la linaje más auténtico del monaquismo oriental, unido a la corriente filocálica del Monte Athos y a la práctica de la oración de Jesús.

San Serafín ha abandonado el mundo y escogido el duro camino de la soledad y la reclusión durante largos años. Pero es para volver, al término de su vida, hacia los hombres, inclinarse hacia las enfermedades de sus cuerpos y de sus almas, engendrarlos a vida nueva en el Espíritu Santo. Renunciando a las formas extremas de eremitismo para reencontrar el mundo, trasciende, según la expresión de Paul Evdokimov, el monaquismo institucional.

“En cuanto a nuestros estados diferentes de monje y laico, dice a su discípulo Motovilov en su catequesis del Espíritu Santo, no os inquietéis. Dios busca ante todo un corazón lleno de fe en Él y en su Hijo único, en respuesta a lo cual envía desde lo alto la gracia del Espíritu Santo. El Señor busca un corazón lleno de amor por Él y por el prójimo: hay allí un trono sobre el cual ama sentarse y donde aparece en la plenitud de su gloria” (“Conversaciones con Motovilov”, pág. 161, versión francesa).

Tal es el ultimo mensaje de san Serafín a los hombres de nuestro tiempo. Es en la ofrenda a Dios del corazón del hombre que se manifiesta el Espíritu. Una ofrenda en el amor y en la alegría que nos haga cantar con la liturgia: “¡Regocíjate, san Serafín!”.

San Serafín ha entrado en la gran familia de los santos como una nueva faceta de la santidad de Dios entre los hombres. Sin embargo, ni con mucho este “hijo de la luz” nos hubo revelado todo. Ha seguido su propio consejo de “no revelar al prójimo los secretos de su corazón”. Se nos propone como un mensaje a descubrir, como una de esas parábolas que no dejan de esconder tesoros nuevos. “Según la medida con la que vosotros medís, seréis medidos, y os será aumentada aún más” (Mc. 4, 24). Es ese “más”, dado gratuitamente en abundancia, el que nos permite avanzar más lejos, penetrar más profundamente en el misterio de santidad del Padre Serafín, misterio cuyos frutos, más luminosos que el sol, fueron la alegría, el amor y la paz. “A vosotros, el misterio del Reino de Dios se os ha dado” (Mc. 4, 11): a este misterio, Serafín lo ha vivido intensamente, totalmente, a escondidas del mundo, en la intimidad del monje a solas con Dios. Sin embargo, por él, por su vida y sus palabras y lo que nos ha sido dado en comprender, a unos y otros, este misterio se nos ha igualmente dado, a cada cual según su medida, “una medida llena y bien cargada” (Lc. 6, 38).


Aparecido en Le Messager orthodoxe, Nº 139, 2003. Traducción del francés del Dr. Martín E. Peñalva.

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