sábado, 2 de octubre de 2010



¿Icono o cuadro?

¿Iconógrafo o artista?



Ludmilla Garrigou









El icono: todo el mundo sabe hoy que se trata de una imagen santa, una imagen sagrada, una imagen teológica y litúrgica: una “imagen que habla de Dios” y, paradójicamente, invita a los ojos a la contemplación del mundo invisible. “Por intermedio de la visión sensible, nuestro pensamiento recibe una impresión espiritual que se eleva hacia la invisible Majestad Divina”, dice san Juan Damasceno.

A uno le puede gustar o no un icono. Occidente, apreciándolo cada vez más, no sabe demasiado aún qué actitud adoptar ante él. Algunos lo encuentran hierático, rígido, sin expresión, o triste. Dicen no poder rezar ante un rostro duro y sin compasión, sin misericordia, sin ternura… Otros dan todo su favor al icono llamado “Virgen de Vladimir”, porque es “impenetrable” y “dolorosa por la espada que le traspasará el alma” (cf. Lc. 2, 35); o al icono de la Santa Trinidad de Rubliov, porque ha sido largamente estudiado y explicado en diferentes publicaciones. Entonces el espíritu cartesiano del hombre moderno “comprende”, “analiza”, se encuentra satisfecho y “acepta”. Pero pocos captan espontáneamente el significado profundo del icono.

Tomemos, por ejemplo, un tema bien conocido: una natividad de un pintor del Renacimiento y el icono de la Natividad de Nuestro Señor. ¿Por qué uno se siente enseguida atraído por la imagen del Renacimiento? Porque es realista, porque conmueve: el icono no toca, a primera vista por lo menos. ¿Por qué? Porque la primera imagen se remite al sentimiento, la segunda a lo espiritual. No es solamente el recuerdo de un hecho histórico, sino el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, y que se “manifiesta” en verdad para re-crear el mundo. La Virgen, en dicho icono, y en consecuencia en todos los demás, no es solamente la madre de ese pequeño niño Jesús, sino la Madre de Dios… El icono no juega con los sentimientos, indica ante todo una verdad teológica.

El icono está hecho para la oración, la liturgia es su contexto auténtico. ¿Se puede rezar ante un cuadro del Renacimiento, por bello que sea? No. ¿Por qué? Porque está demasiado cargado de la personalidad del pintor. Entonces viene esta otra pregunta: ¿existe una diferencia entre un pintor “retratista”, por ejemplo, y un pintor de iconos? Sí, en la medida en que el pintor de iconos no es un “artista”. Tiene sensibilidad para ello, pero no se considera como tal. El artista, en general, trata de encontrar su estilo, su manera propia de expresarse y de traducir sus estados del alma. El iconógrafo busca el mayor desvanecimiento de su ser, de su persona, la abnegación de sí mismo: se vacía para ser mejor colmado… El artista (más precisamente, aquel que hace de ello su profesión) tiene siempre pena de olvidarse y renunciar a su talento, a su “yo” dominador. Muchos “artistas” han pasado por nuestro taller para aprender iconografía; todos han tenido enormes dificultades al comienzo, aunque se podría creer lo contrario por la facilidad que tenían ya en la manipulación de los pinceles y pinturas.

No es necesario que el icono sea “artístico”. Por otra parte, no se puede abordarlo bajo el ángulo únicamente pictórico, estético o técnico. Todo iconógrafo debe aspirar a la BELLEZA, a la belleza transfigurada del nuevo Adán, del Adán redimido. Cada trazo de pincel debe ser “bueno”, es decir, “verdadero”, incluso si es torpe. ¿No habéis visto nunca bellísimos iconos (“bellos” en apariencia), con líneas seguras, con colores precisos, composiciones seguras pero que, ejecutadas por artistas que tienen una cierta noción de su valor y su competencia (la mayor parte no creyentes) dejan iconos fríos y que no “hablan”? Por el contrario, existen esos “pobres” iconos simples, humildes en su ejecución pictórica, pero que son orantes, es decir, que demandan un detenimiento y un impulso del corazón de parte del espectador. ¿Quiere esto decir que ningún iconógrafo es artista? ¡Desde luego no! Pero si un artista puede convertirse en iconógrafo, un iconógrafo no puede y no debe convertirse en artista… Puesto que el pintor de iconos no puede ser artista, ¿quizás entonces puede ser un “artesano”? Sí… un “instrumento”, pero no el “motor”… un “pincel” en la mano de Dios…

San Juan Damasceno, defensor de los santos iconos en el siglo VIII (escogido patrono de nuestro taller) decía del pintor de iconos: “el sacerdote consagra el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo; el pintor sagrado consagra la materia bruta en un mundo transfigurado. Toma el pan ordinario: forma, línea, color, tema, y hace de ese pan, de esa materia, de esa forma, de esa visión estética natural, una cosa sobrenatural, espiritual, divina, Cuerpo y Sangre de Cristo. Es por ello que la instrucción y la iniciación a este arte son absolutamente necesarias”.

¿Quien puede ser pintor de iconos? ¿Se trata de una vocación? En otro tiempo, sólo los monjes pintaban iconos y, en el VII Concilio Ecuménico se dijo: “si el pintor no es monje, el obispo debe responder por la santidad de su vida” Hoy todo cristiano puede hacer este acercamiento, en la medida en que hace de ello una marcha espiritual, que sepa pintar o no. “El iconógrafo contemporáneo debe encontrar la actitud interior de los inconógrafos de otro tiempo, dejar vivir en él la misma inspiración. Así encontrará la verdadera fidelidad que no es repetición sino revelación nueva, contemporánea, de la vida interior de la Iglesia ( Leonid Uspensky).

Sí, existe fidelidad a la tradición del icono –que los ortodoxos sobre todo han sabido preservar en el curso de los siglos- a su aprendizaje, a la marcha espiritual que sobrentiende y que implica en el menor detalle la prohibición de hacer de ello una “técnica” donde bastaría transmitir algunas “recetas” para tener “su” icono. El hecho mismo de reproducir simplemente grabados es un contrasentido en la medida en que no se conoce la construcción geométrica que lo rige, condicionada por la teología. Si no se pasa por el diseño, no se comprenderá jamás un icono. Del mismo modo que cada color, cada gesto, cada modo de proceder se arraiga en la teología y la oración, y supone toda una marcha espiritual que demanda un acompañamiento. Es necesaria mucha paciencia, humildad y… muchos años para poder decir un día, quizás, que se sabe “un poco” pintar un icono, aunque si el Espíritu Santo no el icono en vosotros, no será más que una obra humana, quizás una obra de arte, seguramente no un icono…

El trabajo del iconógrafo es, por excelencia, un trabajo de silencio, de oración y soledad. Su único objetivo es transmitir a través del icono su fervor religioso, que es fuente de vida espiritual, y vivir y expresar su fe a través de ello. Mas en todo tiempo los iconógrafos se han reagrupado en “talleres”, al igual que los artesanos de la edad Media, no solamente para recibir una enseñanza o poder “practicar” mejor la abnegación, por humildad y verdadero anonimato, sino sobre todo para que la pintura de los iconos “aislada” no pueda cometer errores dogmáticos en la iconografía. Todos los iconos antiguos son llamados “canónicos” y es necesario conocer bien estos dogmas y cánones antes de abordar toda inspiración personal. El reagrupamiento permite una cierta verificación y obediencia a la Tradición, es decir, a aquellos que nos han precedido en la Verdad. No se puede y no se debe “estar aislado”: es por ello que, también, el iconógrafo recibe su “ministerio” de la Iglesia.

Es en el seno de la comunidad eclesial que el iconógrafo juega plenamente su “función”. Está al servicio del embellecimiento de la Casa de Dios… Depende de dicha Casa, al igual que un taller debe ser “obra” de la Iglesia y depender de la Iglesia. Como lo hemos dicho más arriba, el iconógrafo no es ni un artista, ni un artesano independiente. Él está “al servicio”.

El icono se elabora, se construye lentamente según toda la simbología requerida y según los siete días de la creación del mundo (Génesis). El ejercicio “por goteo” exige de cada alumno mucha paciencia, una cierta renuncia, perseverancia… Dicha gota debe confundirse con la “oración del corazón” que, poco a poco, da ritmo a la respiración y guía el pulso. El trabajo sobre sí mismo es tan importante como el que se realiza sobre la tabla y los “transparentes”, se aplican tanto al icono como a todo el ser… Los modelos escogidos no son más que el soporte para la comprensión de la construcción del icono. Conviene aprender a interiorizar la imagen, a ponerse en estado de receptividad por medio del silencio, de la oración y del ayuno, para no tener solamente que “copiar” el icono (del siglo XVI, por ejemplo), sino para “vivirlo” y transmitirlo en este final del siglo XX…

Y en la medida en que el icono es enseñado según conocimientos seguros y en el seno de la Iglesia Ortodoxa, no hay que temer a la “iconografía occidental”: permanecerá fiel a la Tradición, incluso si se transforma y se vuelve “contemporáneo” a nuestra época y “local” en suelo occidental. Por el contrario, si el icono se vuelve una moda, fácilmente accesible en demasía a todos y enseñado sin discernimiento, tampoco solamente por la tradición oral, sino por publicaciones de toda clase y libros técnicos (incluso muy serios) dando la posibilidad de hacer sus propias experiencias a quien interese, entonces existe ciertamente lugar para temer lo peor. Se pide a aquel que enseña ser ecónomo, a imagen de la ECONOMÍA DIVINA, y así preservar el icono y su Tradición. “La composición de los iconos no está dejada a la iniciativa de los artistas. Depende de los principios establecidos por la Iglesia y la Tradición religiosa. El arte sólo incumbe a los pintores, el ordenamiento y la disposición pertenecen a los Padres” (VII Concilio Ecuménico).


Publicado en Le Messager orthodoxe, número especial, “Vie de l’icône en Occident”, Nº 92, 1983. Traducción del francés del Dr. Martín E. Peñalva.